Akame & Jiyama


El hospital se veía iluminado por la luna. La sombra del gran edificio se proyectaba sobre la calle y dejaba a los transeúntes a merced de la oscuridad. 

Akame se encontraba en la zona de cardiología, tal y como le habían asignado en su turno. Estaba en la sala de espera, descansando y aprovechando que hacía un buen rato que no había ningún paciente. Estaba tomándose un aperitivo. 

Los turnos de noche eran agotadores. Akame los odiaba, pero así, al menos, tenía tiempo para estar sola y pensar. 

De repente, llegó una oleada de camilleros rompiendo el tranquilo silencio de la noche. Los camilleros cruzaron la sala y entraron en el ascensor. Enseguida se escucharon miles de sirenas de ambulancias. Akame se levantó rápidamente y se arregló el uniforme mientras terminaba su bocadillo a toda velocidad. 

Los camilleros comenzaron a subir por los ascensores con los enfermos moribundos. Llegó un momento en el que ya no había espacio en las salas de operación y tenían que abandonar en los pasillos las camillas, con los convulsos sufriendo encima. Cuando llegaban arriba, enseguida bajaban y subían otra vez con más enfermos. Algunos esperaban a los ascensores, otros se arriesgaban a subir y bajar las camillas por las escaleras. 

Akame reunió al resto de enfermeros y se repartieron para ayudar a los médicos y a los camilleros. Ninguno de los presentes daba crédito a lo que estaba ocurriendo. ¿De dónde venían todos esos enfermos? Al parecer, se trataba de una oleada de ataques al corazón y de convulsiones epilépticas. Pero ¿por qué? ¿A qué se debía? 

Akame intentaba responder mentalmente a todas sus preguntas mientras recibía a los enfermos y comenzaba a realizar las reanimaciones con su equipo. 

Una tras otra fueron entrando las víctimas de la epidemia, y uno tras otro fueron saliendo sus cuerpos inertes. No había explicación lógica, pero, por alguna razón, los enfermos no reaccionaban y morían sin siquiera dar signos de recuperación alguna. 

Algunos hablaban de una treintena, otros, de una cuarentena, y otros, de más de cien. Lo que era seguro era que no habían podido hacer absolutamente nada para evitarlo. Impotentes contra el poder de la muerte, habían fracasado. Akame se alegró al pensar en que, por lo menos, Kaito y Mio, su marido y su hija pequeña, estaban en casa y estaban bien. El personal estaba desanimado y todos evitaban cruzar las miradas entre ellos. La incomodidad y la pesadumbre se sentía en el ambiente. 

Akame estaba en el baño, mojándose la cara e intentando no perder el control. Estaba nerviosa, más nerviosa que nunca, y se sentía hundida. Estaba sudando, estaba despeinada y pálida, y tenía unas náuseas horribles. Se secó las lágrimas y se miró en el espejo apoyando sus manos sobre el frío lavabo. La situación era horrible. Akame dejó escapar un suspiro que resonó por todo el baño. ¿Qué se suponía que había hecho mal? 

<<Verdaderamente insólito y desesperanzador...>> Pensaba ella mientras respiraba hondo para bajar sus pulsaciones. 

Sin previo aviso se apagaron las luces del edificio y el establecimiento quedó levemente iluminado por los pilotos de emergencias. Al momento siguiente saltaron los dispositivos antiincendios y todo se inundó de agua en pocos minutos. El agua corrió rápidamente y convirtió el hospital en una charca. Akame salió al pasillo empapada y con la sombra de ojos chorreándole por la cara. Todo el mundo corría de un lado para otro, parecía que iba a ser una noche movida. Al rato dejó de salir agua, pero todo el edificio estaba inundado y seguía sin haber luz. 

Según los rumores, un paciente había entrado en un estado de descontrol y de convulsionismo violento. El enfermo había corrido por los pasillos gritando y golpeando a todo el personal, y había atacado a los vigilantes de la sala de control de cámaras provocando un cortocircuito. El cortocircuito había afectado a la red general del edificio, después de freír al paciente y a los dos guardias. 

Por seguridad, el hospital había sido cerrado y el resto de los pacientes que estaban allí iban a ser trasladados temporalmente. Akame había huido de todo aquello y se había refugiado en la sala de recepción. Llevaba allí desde hacía varias horas, mirando la calle a través de la puerta acristalada, deseando volver a casa cuanto antes. 

De repente se escucharon unos gemidos muy extraños por el pasillo. Akame se levantó del sillón para echar un vistazo. Lastimosamente, la poca luz que daban los pequeños reflectores de emergencias no permitía ver con claridad. Sus brillos rojos y verdes reflejados en el suelo encharcado se perdían en la oscuridad del lugar, creando una atmósfera espectral. Akame no prestó más atención. Estaba cansada y estaba harta de todo. Volvió al sillón mojado, se sentó y, sin darse cuenta, se quedó dormida en pocos minutos. 

II 

Unos gritos de dolor y de sufrimiento, mezclados con unos gemidos guturales y repugnantes, la despertaron de su descanso. Akame se sobresaltó y se levantó como un resorte. Corrió a mirar por el pasillo nuevamente, pero allí no había nadie. Los gemidos no cesaban y venían de todas partes. En cambio, los gritos dejaron de escucharse enseguida. A cada segundo que pasaba, se escuchaban más gemidos. Akame pensó en los pacientes con dificultades respiratorias para calmarse, pero el sonido se fue pareciendo cada vez más al de unos perros rabiosos. 

Los gruñidos repelentes comenzaron a sonar cada vez más fuerte, como si se estuvieran acercando. Akame tragó saliva y se adentró en el largo y oscuro pasillo y, aunque estaba aterrorizada y confusa y no veía el fondo del corredor, mantuvo el paso firme. Subió las escaleras hasta la zona de cardiología, siguiendo los gemidos. Al llegar allí estuvo a punto de dar media vuelta, pero vio algo extraño. 

Una figura humana en la penumbra caminaba hacia ella con la cabeza baja y con dificultad. Su respiración flemosa se escuchó por todo el corredor. A Akame se le pusieron los pelos de punta. La respiración forzada del hombre se oía cada vez más fuerte y cada vez más acelerada. Akame no se movió, tenía miedo, y observó expectante a la extraña figura. Cuando el hombre estuvo lo bastante cerca, ella intentó hablar con él. 

"¿Hola? ¿Le ocurre algo? ¿Dónde está el resto del personal?" Akame intentó ver quién era, pero no había luz suficiente. 

La figura se acercó más y se detuvo bajo la tenue luz, que dejó su cuerpo al descubierto. A Akame se le heló la sangre y comenzó a temblar de miedo. El hombre levantó la cabeza y la miró fijamente. Los ojos de Akame se abrieron como platos y sintió la necesidad de echar a correr. Al hombre le faltaba media cara, como si se la hubieran arrancado de cuajo, y tenía un brazo desencajado y colgando. Lo tenía partido y el pico astillado de un hueso atravesaba la carne. Todo su cuerpo estaba arañado y ensangrentado, y el ojo y medio que le quedaban se habían vuelto amarillentos. Su mandíbula inferior estaba desencajada y colgaba hacia un lado. Akame lo reconoció: era uno de los pacientes a los que habían intentado salvar la vida hacía unas horas. 

<<Ese hombre murió hace más de cinco horas...>> Pensó ella, confusa y espeluznada por la idea. El aspecto del hombre le provocaba un espanto inaguantable. De repente, el hombre comenzó a regurgitar líquido biliar y vomitó una gran cantidad de trozos de carne y varios litros de sangre. A Akame se le revolvió el estómago y estuvo a punto de vomitar también. El horrendo ser lanzó un repulsivo grito mientras vomitaba vísceras y después empezó a correr hacia ella. 

Akame corrió a toda velocidad por el pasillo y bajó las escaleras hasta llegar a la sala de recepciones. El hombre la siguió a cierta distancia mientras gritaba como un maníaco. Al llegar a la entrada, Akame intentó huir por la puerta principal, pero el monstruo la agarró fuertemente de la espalda y la lanzó hacia la mesa de recepción. Akame cayó al suelo, golpeándose en la cara con el pico de la mesa. El golpe fue tan fuerte que la katana decorativa que había colgada en la pared, detrás de la mesa, cayó al suelo. Akame se levantó, mareada y con la vista borrosa. El no-muerto la observaba y caminaba a su alrededor como si la estuviera acechando, o como si estuviera jugando con ella antes de asestarle el golpe final. Akame se llevó la mano a la cara. Su palma se tiñó de rojo y notó como sus ojos estaban sangrando a causa del fuerte golpe. Le dolía la espalda intensamente en el punto donde se había golpeado. Los ojos le escocieron mientras sus lágrimas se mezclaron con la sangre, formando una neblina que la hacía ver con dificultad. El abominable ser comenzó a correr hacia ella. 

No se lo pensó dos veces. Se lanzó por encima de la mesa y cayó al suelo junto a la katana. El monstruo se abalanzó sobre ella y, justo antes de que la atrapara, le clavó la katana con fuerza repetidas veces, presa del miedo. 

El hombre gritó como un animal enloquecido mientras Akame lo atravesaba gritando como una loca. Akame le clavó la katana en la cabeza y el monstruo cayó al suelo, muerto de nuevo. Un charco de sangre se extendió por el suelo mezclándose con el agua estancada y sucia. 

Las manos y las piernas de Akame temblaban. Su uniforme de enfermera estaba lleno de sangre y sus medias se habían roto. Akame sintió repulsión cuando la sangre del hombre tocó su piel. Se puso de pie tirándose del pelo y, entre lágrimas y sollozos, salió corriendo a la calle por la puerta principal. 

Akame corrió calle abajo, alejándose del hospital lo más rápido que le permitieron sus piernas. Comenzó a cansarse y su vista se nubló. Estaba agotada, confusa y aterrada. Vio luces en el aire, se detuvo, notó como la sangre le bajaba hasta los pies y cayó inconsciente en mitad de la calle. La luna iluminó su pálido cuerpo extendido sobre la carretera. 

III 

Había sido una pesadilla, solo eso. Akame despertó en su cuarto, empapada en sudor y lágrimas. Su corazón latía con fuerza y su respiración estaba acelerada. Miró el reloj de mesa, eran las cinco de la mañana. Kaito no estaba en la cama y eso le resultó extraño. Se levantó y fue al baño a lavarse la cara y a beber agua. Kaito tampoco estaba en el baño. Akame regresó a su habitación algo más despierta. Se frotó los ojos y se dio cuenta de que la habitación de Mio estaba entreabierta. Akame se acercó extrañada y entró para ver si a su hija le pasaba algo. Encendió la luz y se horrorizó al ver cómo Kaito y Mio se estaban devorando mutuamente. Ambos la miraron ensangrentados y despedazados. Akame gritó horrorizada y se desmayó. 

IV 

Cuando Akame se despertó, notó que le dolía la cabeza. Estaba comenzando a hartarse de aquella pesadilla; eso era, una pesadilla... Tenía que hacer algo. Tenía que salir de allí, de aquel bucle absurdo y tortuoso que se estaba autoinfligiendo. Pero ¿cómo? No tenía ni la menor idea de cómo había acabado en aquel lugar… No recordaba nada de lo que estaba sucediendo antes de aquello, solo recordaba los sentimientos, las emociones y veía fugaces imágenes que cruzaban su cabeza. Mientras tanto, su subconsciente la distraía y la engañaba para que siguiera encerrada en sí misma. 

Akame se llevó la mano a la frente y levantó la cabeza. Observó a su alrededor. Se encontraba nuevamente en el Hospital Central de Soya’Rhöw 1, todo seguía igual que al principio. Las luces estaban apagadas y los parpadeantes pilotos de emergencias amenazaban desde las sombras. Todo estaba inundado y el lugar parecía desierto. 

Estaba empapada. Chapoteó con los pies y el agua le entró en los zapatos. Se dio cuenta de que seguía llevando su uniforme de enfermera, aquellas ropas que tanto odiaba. Se llevó la mano a la cabeza y seguidamente se miró las palmas. Estaban llenas de sangre, y sus brazos, y sus piernas; su pelo chorreaba agua y sangre… 

"¡Kuso!" Akame exclamó horrorizada y observó con más detenimiento a su alrededor. Una capa sanguinolenta chorreaba de las paredes y del techo y un mar rojizo cubría el suelo del edificio. "El infierno de los infiernos..." Akame comenzó a caminar por el pasillo. Según lo que recordaba ahora, se encontraba en la última planta del edificio principal. Akame paseó por la oscuridad buscando el ascensor más cercano y temiendo encontrarse con algo desagradable. Lo único que ocupaba su mente en aquel momento era recordar para poder escapar. Durante el lento avance, Akame se sintió observada y creyó oír una especie de latidos, como si se estuviera amplificando el sonido de un corazón palpitante. Aquello la incomodó y le puso los pelos de punta. 

Después de un tiempo interminable, consiguió llegar hasta un ascensor. Pulsó el botón y el mecanismo del ascensor se puso en marcha. Akame se cruzó de brazos y esperó nerviosa. Se pegó a la pared y no dejó de mirar a su alrededor, esforzándose por diseccionar la oscuridad con la mirada. 

El ascensor emitió un sonido desagradable y dejó de funcionar. Ella volvió a pulsar el botón repetidas veces, pero no hubo respuesta. 

"Perfecto..." Akame se desesperó y se detuvo pensativa en medio del pasillo. De repente, sonó una voz en su cabeza, aunque pareció retumbar por todo el edificio. 

<<Has sobrepasado los límites... Nada volverá a ser igual...>> 

Akame la reconoció enseguida, era su propia voz, aunque sonaba algo mortecina y áspera. Acto seguido, escuchó un chapoteo y se dio la vuelta sorprendida. Detrás de ella, al otro lado del pasillo, Akame divisó una figura humana. La figura salió corriendo y desapareció en el cruce de pasillos. Akame estaba aterrada, sabía que nada de lo que pasase sería una buena señal, pero la curiosidad pudo con ella. Corrió hacia allí y se detuvo. Observó en silencio los cuatro pasillos que la rodeaban, hasta que volvió a escuchar el chapoteo. Provenía del lado derecho. 

Akame cruzó el pasillo entero hasta llegar al otro extremo. Allí vio cómo la puerta de las escaleras se cerraba y escuchó que alguien bajaba corriendo por ellas. Akame abrió la puerta y bajó por las escaleras. Observó desde arriba y vio a una niña con el pelo negro y largo y con un camisón blanco salpicado de sangre. Akame corrió tras ella, pero la niña entró en un nuevo piso y consiguió escapar. Akame entró en la planta y se apoyó en la pared, agotada. Cuando recuperó el aliento, continuó su paseo, buscando a la misteriosa niña. Todo estaba en silencio y el edificio parecía completamente vacío. 

Al entrar en el nuevo pasillo, Akame escuchó un ruido y tuvo un escalofrío. Unos gemidos repulsivos volaron por el aire hasta llegar a sus oídos. Avanzó decidida por el oscuro corredor. Los gemidos fueron multiplicándose, hasta convertirse en un coro de voces moribundas. Akame aceleró el paso y llegó hasta una pequeña sala de espera. La sala estaba incendiada y la niña estaba tirada en el suelo, rodeada por las llamas. 

Por el pasillo de enfrente, un enjambre de figuras espantosas se acercaba caminando con lentitud. Akame tuvo una desagradable sensación cuando reconoció los espectros atormentados de sus familiares y de sus amigos, que se acercaban con aspecto hambriento hacia la niña. Akame se agachó rápidamente junto a ella. 

"¡Eh, despierta!" Akame la agitó suavemente. Al ver que no reaccionaba, puso los dedos en su cuello para comprobar su pulso. La enfermera miró a los muertos vivientes y después a la niña. No tuvo otra opción que cogerla en brazos para llevársela de allí. Al levantarla, Akame observó su rostro y se sintió confundida. "Esta cara me suena..." Akame corrió por el pasillo, abrió la puerta del fondo y bajó las escaleras a toda velocidad hasta llegar a la planta baja. Akame corrió por los pasillos buscando un lugar seguro, hasta que encontró una habitación donde se almacenaban las camillas. Cerró la puerta y tumbó a la niña sobre una camilla cercana. La niña respiraba y no parecía tener ningún problema serio, así que Akame no la despertó. Observó su rostro de nuevo. "¡Soy yo!" Akame no podía creerlo. Se sorprendió y dio un paso atrás antes de sentarse. Pasó un rato sentada en un taburete, junto a la durmiente y joven Akame. Akame rara vez se paraba a recordar su niñez. Era algo de su vida que casi había olvidado. Estaba claro que su mente había reproducido esa parte de su vida por alguna razón, pero ¿por qué en ese momento? Akame estaba empezando a cansarse. No sabía cuánto iba a durar aquella pesadilla. No tenía ni idea de qué hacer. "Tan pequeña... Tan inocente..." Akame suspiró, agotada, y no pudo evitar soltar un enorme bostezo. Un sonido que provenía del exterior de la habitación llamó su atención. Akame se giró hacia la puerta y observó que una luz venía del pasillo. Se levantó y caminó lentamente hacia la puerta para asomarse por la pequeña ventana. El lado izquierdo del corredor se había incendiado y el fuego avanzaba hacia allí. "¡Kuso!" Tenía que salir de allí cuanto antes, pero ¿cómo? ¿Qué se suponía que tenía que hacer con la niña? La situación era desesperante. Akame pensó en todo lo que había ocurrido e intentó buscar una conexión. Intuía que aquello no era una coincidencia. Ella no creía en las coincidencias, su mente crearía los sueños según lo que ella pensaba. "La niña soy yo... Yo soy la niña..." Akame sintió un fuerte dolor de cabeza y comenzó a recordar. "Tengo que volver..." De repente, Akame comprendió la situación. "La niña es el principio y yo soy el final. El hospital es dónde empezó todo y aquí es dónde acaba..."

"Te equivocas..." La siniestra voz volvió a escucharse. Akame se dio la vuelta sorprendida y se quedó sin respiración al ver que la adorable niña se había convertido en un espantoso espectro. La Akame malvada observó con una sonrisa a la débil enfermera. Su camisón estaba hecho trizas y de todo su cuerpo herido chorreaba sangre. Un charco se formaba bajo sus pies y de sus ojos ensangrentados surgían dos ríos que manchaban su rostro. "Yo soy el principio y yo seré el final." Las pupilas rojas de los ojos negros y muertos del espectro se clavaron en Akame. 

Akame retrocedió y abrió la puerta sin dejar de observar a su alter-ego. Akame salió al pasillo incendiado y comenzó a correr en dirección a la sala de recepciones. El fantasma salió de la habitación y observó a su víctima. Sus huesos comenzaron a crujir y su cuerpo comenzó a convulsionar mientas gritaba. El fantasma comenzó a correr tras ella a cuatro patas y con la cabeza girando como una peonza de forma espantosa. Akame corrió a toda velocidad, pero el espectro la alcanzó y la cogió de una pierna. Akame cayó al suelo, pero antes de que Jiyama se abalanzara sobre ella, Akame le dio una patada en la cara. La enfermera se levantó y continuó corriendo. El monstruoso demonio se levantó y siguió corriendo tras ella como un animal enloquecido. 

Akame consiguió huir de sí misma, o eso creyó ella. De repente, en la oscuridad del pasillo, Jiyama apareció frente a ella cortándole el paso. Akame se asustó, pero le dio un puñetazo en la cabeza con todas sus fuerzas. El cuello del espectro crujió y se partió. Su cabeza cayó hacia atrás. Jiyama cogió su cabeza y tiró de ella con fuerza hacia delante. Entre gemidos de dolor, colocó su cabeza de nuevo y se lanzó sobre Akame. Agarró a la enfermera del cuello y comenzó a estrangularla y a golpear su cabeza contra el suelo. Akame intentó liberarse, pero no podía. Comenzó a sangrarle la nariz y sintió que le faltaba aire. El fantasma abrió la boca y vomitó un líquido negro sobre ella mientras rugía. Akame dio una patada en el estómago Jiyama, lanzándola lejos de sí. Akame se levantó con dificultad para respirar, tosiendo sangre y con el cuello amoratado. 

El espectro volvió hacia Akame arrastrándose por el suelo y se levantó bruscamente. Cogió a Akame por los brazos y la empujó contra la pared. Akame sintió que en cualquier momento iba a perder el conocimiento. Jiyama se acercó mirándola fijamente y abrió la boca hasta que alcanzó un tamaño inhumano. Akame miró dentro del pozo negro que se abría ante ella e intentó escapar, pero no pudo. El fantasma se acercó más aún, con la intención de devorarla. La enfermera cerró los ojos horrorizada, sintiendo que aquel era su final. 

Akame recapacitó. Se dio cuenta de que durante todo el sueño había cometido el mismo error una y otra vez. Si ese era su sueño, su vida, entonces ella era la que tenía el control de todo. Sintió que el cuerpo dejaba de dolerle y que recuperaba las fuerzas. Akame abrió los ojos y miró su doble con una sonrisa. Cogió sus pistolas eléctricas y disparó al horrible espectro a la cabeza. El fantasma gritó y se echó hacia atrás. Akame se alejó de la pared y dejó que su brillante brazo mecánico iluminara su uniforme de Agente especial de Dimension Universe Enterprise. Akame guardó sus pistolas y señaló al fantasma con su mano derecha. Los leds azules parpadearon con fuerza. 

"¡Tú eres la que se equivoca!" Akame avanzó hacia su alter-ego con decisión. Jiyama la miró con una sonrisa y caminó hacia ella. El fantasma lanzó su puño, pero Akame lo esquivó y la dio un puñetazo con todas sus fuerzas. La Akame malvada chocó contra la pared y la rompió en mil pedazos. Akame se lanzó sobre ella, la cogió de un brazo y la lanzó hasta el otro lado del pasillo. El espectro chocó contra la mesa de recepción y cayó al suelo. Akame desapareció y reapareció envuelta en una nube morada y parpadeante al teletransportarse hasta allí, y la observó con los puños apretados. – Ríndete, demonio… 

"¡Yo soy tú!" Jiyama se levantó, hizo girar su cabeza varias veces y se lanzó hacia Akame. Las dos cayeron al suelo. El espectro dio un puñetazo, que Akame esquivó, e hizo un agujero en el suelo. Akame la lanzó hacia un lado y se puso encima de su doble. El espectro encogió las piernas y lanzó a Akame por el aire. Akame cayó de espaldas sobre la mesa. Jiyama saltó sobre ella y aterrizó sobre su pecho con los pies. La mesa se rompió y las dos cayeron al suelo entre trozos de madera astillada. Akame dio un puñetazo a su otro yo, lanzándola contra la puerta de cristal de la entrada. Ambas se levantaron a la vez. Jiyama sonrió y Akame corrió hacia ella. 

"¡Déjame en paz!" Akame exclamó mientras corría, furiosa y llena de rabia. Aquello había ido demasiado lejos. 

"¡No puedes esconderte de mí!" La Akame malvada rio. Akame se lanzó sobre ella y ambas atravesaron las puertas de cristal en un abrazo mortal. Una intensa luz cegó a Akame y ella utilizó su último aliento para sujetar a su alter-ego. No iba a permitir que su lado oscuro, su monstruo interior, la dominase de nuevo…

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