El Amanecer de Minerva

Escrito por Sangue Shi
Ilustrado por AndryWhoDraws

Copyright © 2021 Sangue Shi y Andry Who.
Todos los derechos reservados.
ISBN: 9798728177418 
ISBN-13: 9798728177418


PARTE I
- El Ocaso de Minerva: Una Pesadilla -

I

Ya era medianoche, y allí se encontraba Minerva…
Estaba despidiéndose de su novio, junto al portal de su edificio…
Habían pasado el día juntos, y él la había acompañado hasta su casa…

Se estaban besando lentamente, como si no quisieran separarse…
A pesar de que se volverían a ver al día siguiente, se amaban tanto que tenían gran dependencia el uno del otro…
A la semana siguiente tenían exámenes, pero la necesidad pudo con ellos…
Una vez más…

¿Era un sueño o era realidad?

Le amaba, le amaba de verdad…
Tanto que sería capaz de cualquier cosa, solo por estar juntos hasta la eternidad…
Solo pensaba en él, y él en ella, soñaba con él…
Vivía por ÉL…

Al fin se separaron…
Minerva se dispuso a entrar en su hogar, pero no fue capaz…
Su amado la agarró fuertemente del hombro y ella se giró sobresaltada…
Los ojos de él apuntaban hacia arriba, estaban casi en blanco… Estaba completamente inmóvil…
Minerva estaba confusa…
De repente, un río de sangre brotó de entre los labios de su amado…
Minerva se asustó al ver, atónita, cómo algo afilado atravesaba el estómago de su novio…

Él cayó al suelo, muerto, INERTE…
Mientras caía, él la miró con terror… y ella le miró a él…
Seguidamente, una horrible figura se abalanzó sobre el cadáver…
Minerva reaccionó instintivamente y corrió rápidamente al interior del portal, con las manos manchadas de SANGRE…
Sintió frío, sintió que las manos le temblaban…
Su mente estaba bloqueada, pero las lágrimas brotaron de sus ojos al instante…
Ella se encogió en la penumbra y deseó gritar de terror, pero no podía…
No sentía NADA, nada de dolor, en lo profundo de su corazón…
Lo único que su aturdimiento le permitió, fue quedarse a observar la espantosa escena que se estaba produciendo en el exterior…
Su mente daba vueltas sin parar, estaba mareada, y no era capaz de recuperar consciencia de la situación…

II

Su aspecto era vomitivo…
Incluso su hedor putrefacto llegaba hasta las fosas nasales de Minerva…
Era famélico, como un perro sarnoso, y no tenía pelo en el cuerpo…
Tenía la piel carcomida y ensangrentada, como lepra, y sus gruñidos eran repulsivos…
Tenía ojos saltones y una mandíbula feroz, amenazadoramente asquerosa…
No tenía dientes… En su lugar, tenía clavos y tornillos cosidos a sus pútridas encías y a los labios, los cuales habían sido ampliados hasta las orejas…
Llevaba un faldón hediondo, carcomido y miserable, fabricado con plantas secas y pieles frescas… Esa era la única ropa que llevaba…
Sus pies eran deformes, se asemejaban a los de un elefante…

Sus manos eran igualmente traumáticas y repelentes…
No tenía uñasen la diestra, en su lugar tenía fragmentos metálicos afilados y cristales clavados en las yemas de sus dedos…
Era manco en su siniestra, tenía incrustado en los huesos y en la carne una prolongación de pieles y cuerdas con un garfio en el extremo…
Con el garfio se había cobrado la vida de su VÍCTIMA…

III

El voraz ejecutor devoraba a su presa, engullendo los trozos como un animal salvaje y nauseabundo…
Minerva se encontraba aún paralizada, pero poco a poco iba recuperando la razón…
Un caníbal estaba devorando a su novio, a su amado…

¿Era un sueño o era realidad?

En el caso de que fuera real…
¿Por qué? ¿Quién era ese monstruo? ¿Qué iba a ocurrir después?
Las preguntas daban vueltas en su cabeza…
Mientras tanto, las lágrimas bañaban su rostro…
¿Por qué a él? ¿Por qué a ella? ¿Por qué así? ¿POR QUÉ…?
Las imágenes se recreaban en su cabeza…

Si se hubiesen despedido solo un poco ANTES, él habría sobrevivido…
Todo habría sido diferente…
Todo habría seguido IGUAL…
Nada habría cambiado…
Serían felices por SIEMPRE…

¿Qué debía hacer? ¿Debía llamar a la policía? No la tomarían en serio…
Ya era la una de la madrugada, y el caníbal seguía sacando vísceras y entrañas, rompiendo y aplastando los huesos de su amado…
En su mente se recreaban las imágenes, y recordaba…

¿Era un sueño o era realidad?

Minerva no podía soportarlo más…
No se atrevía a mirar, pero tampoco se atrevía a moverse…
Su angustia aumentaba… y en ese instante no aguantó más…
Su estómago se encogió, se retorció de dolor, y Minerva regurgitó todo lo que tenía en su interior…
Sintió, de alguna manera, un alivio que nadie le podría arrebatar…
Allí, en la oscuridad del portal, temblando de miedo y de dolor, comprendió que ya no había solución…
Su AMADO había MUERTO…

¿Era un sueño o era realidad?

IV

Minerva se levantó y, sin volver la mirada atrás, sin volverse hacia el asesino, simplemente subió las escaleras y entró en la calidez de su hogar…
El caníbal comía sin masticar… y regurgitaba lo que no le entraba por el esófago…
Devoraba todo lo que su amado había sido, y todo lo que había llegado a ser…
En ese preciso instante, a la una y media, se abrió la puerta del portal…
Y allí se encontraba Minerva de nuevo, ESTA VEZ con la pistola de su padre…
Lágrimas en los ojos y brazos temblorosos…
Apretó el gatillo y disparó… Volvió a apretar, y disparó de nuevo…
Y volvió a disparar… Y lo hizo una vez más…
Y otra… Y otra… Y otra…

¿Era un sueño o era realidad?

El monstruo gritaba, y ella también…
Él sangró, y su sangre la salpicó… Se bañó con la sangre del asesino…
Se bañó con los recuerdos de su amado, mientras terminaba lo empezado…
El caníbal cayó muerto, como un despojo, y se evaporó cual fantasma…
Minerva se agachó junto a su amado y le abrazó…
Se tumbó a su lado… Se despidió de él…
Se mantuvo allí hasta el amanecer…
Entonces, el Sol reveló la verdadera identidad de Minerva…

Ya había pasado la noche, y allí se encontraba Minerva…
Estaba despidiéndose de su novio, junto al portal de su edificio…
Así fue como aconteció, EL AMANECER DE MINERVA…


PARTE II
- La Hora de Minerva -

I

La noche era oscura y fría, silenciosa como la muerte misma. La sangre bañaba el suelo de la calle, extendiéndose por las ranuras de las baldosas y manchando su cuerpo. Minerva sujetaba la pistola sin atreverse a soltarla, temiendo que sus pesadillas regresaran. Abrazaba el cadáver de su novio, de su amado, y lloraba desconsoladamente. Gritaba y gritaba, sin poder contener su sufrimiento. ¿Cómo habían llegado a aquella situación? Todo había sido cuestión de tiempo. Minerva dejó de abrazar el cuerpo descuartizado, observó sus ojos inertes y perdidos, y después se dio la vuelta para acurrucarse en sí misma. Lloró y lloró, y mientras lo hacía comenzó a llover; primero un rayo, después un trueno, y finalmente las gotas comenzaron a caer, limpiando la sangre y arrastrando los últimos restos del calor de su amado.

Minerva volvió a girar, quedando boca arriba, observando la Luna y sintiendo el agua empapando todo su cuerpo, lavando las rojas salpicaduras de su piel. No supo por qué, pero una sonrisa escapó de sus labios; sin poder evitarlo, comenzó a reír, cada vez más alto y cada vez más fuerte. Se llevó las manos a la cabeza, soltando la pistola y dejándola caer al suelo, y se echó el pelo mojado hacia atrás. Mientras reía, el sonido de las sirenas llegó a sus oídos. Ella se levantó con lentitud, cogiendo la pistola de nuevo y mirando a su alrededor. Las luces de las casas de toda la calle se estaban encendiendo una por una, y algunas cabezas curiosas se atrevieron a asomarse por las ventanas. Llegó un coche de policía, dos, tres; era su padre, el Comisario de la ciudad. Minerva le miró con la mente en blanco y después miró el cadáver. Su padre corrió hasta ella y la abrazó tembloroso. Los agentes comenzaron la inspección de la escena del crimen, mientras su padre la hablaba. Ella no escuchó nada, algo se lo impedía, su mente estaba en un lugar lejano; solo fue capaz de sentir que su padre le arrebató la pistola de las manos. Lo siguiente que recordaba era su mirada desesperada clavada en ella mientras los otros agentes la esposaban y la metían en uno de los coches patrulla. El Sol ya había salido, dando paso a un nuevo día.

II

Y allí estaba Minerva, recordándolo todo, llorando de nuevo, sin entender nada. Se sentía débil y enferma, sin ganas de vivir, sin fuerzas para seguir. Estaba en el hospital, pero no era un hospital cualquiera: era el psiquiátrico de la ciudad. Todos estaban seguros de que ella había asesinado a su novio, a aquel pobre chico, pero ella no entendía por qué. La habían acusado, y ella lo había negado, y después había intentado escapar. La habían llevado allí inmediatamente, la habían obligado a quitarse la ropa y a ponerse una camisa de fuerza y unos pantalones sin bolsillos. La habían sedado y la habían encerrado sola en una habitación de seguridad. Después de aquello se había quedado catatónica; no podía andar y tampoco quería hacerlo. Su mente estaba en blanco, solo las imágenes de aquel espantoso engendro cruzaban por su cerebro.

¿Cómo habían llegado a eso…? Mientras intentaba pensar, recuperar el control de su ser, la levantaron en volandas y la pusieron en una silla de ruedas. Después la llevaron a una sala igual de blanca que las demás, con una mesa cuadrada, en medio, rodeada por dos sillas metálicas enfrentadas. Un foco circular situado en el techo, justo encima de la mesa, iluminaba con enorme intensidad y cegaba a quienes estuvieran allí sentados.

“¿Por qué lo has hecho…?” Su padre la miró con tristeza. Estaba convencido de que su hija era una asesina, y lloraba por ello.

“Yo no lo hice… No fui yo… Fue ese monstruo…” Minerva intentaba explicarse, pero su padre no la creyó. ¿Cómo iba a creerla? Era una locura.
“Es la verdad, papá… Ese engendro lo atravesó, lo destrozó y se lo comió…” Minerva lloró más aún al volver a pronunciar lo que ya había dicho decenas de veces aquel día.

“Deja de engañarte… Nadie se lo ha comido…” Su padre suspiró, sin saber qué hacer. Su hija se había vuelto loca, estaba enferma, y era una asesina. Ella le miró, completamente perdida y desesperada. “Tenía el cuerpo lleno de balas… Lo habían estrangulado y golpeado hasta la muerte, y después le han disparado… con mi pistola…” El Comisario se levantó y salió de la habitación mientras su hija gritaba de terror.

“¡Nooo! No… puede… ser…” Minerva bajó la cabeza y lloró fuera de sí, hasta que se desplomó. Sintió un gran mareo y cayó hacia delante dándose con la cabeza en la mesa. Se agarró al borde intentando sujetarse mientras la silla volcaba. Se dejó caer al suelo, sentándose con esfuerzo, y finalmente se desmayó sobre la fría superficie.

III

¿Qué había pasado realmente? ¿Qué había pasado…? Un monstruo horripilante había aparecido de la nada y había devorado a su novio en mitad de la noche. Aquello no tenía sentido. ¿Un caníbal? ¡Claro! ¿Por qué no? Ahora pasaría el resto de sus días en un manicomio, odiada por su propio padre, odiada por todos. Minerva abrió los ojos con pesadez y parpadeó hasta aclararse la vista. Estaba tumbada en alguna parte, con un foco encima. Intentó moverse, pero no pudo porque algo la sujetaba con firmeza. Volvió a intentarlo, una vez. Y otra, y otra, pero no le fue posible liberarse. Levantó la cabeza, pegando la barbilla al pecho todo lo que pudo, y comprendió la situación. Estaba en una camilla, con los tobillos, las muñecas y la cintura sujetas por correas. Se hallaba en una enfermería; lo supo por los utensilios, los carteles de las paredes – de anatomía, para revisar la visión y demás -, por el olor a desinfectantes y por una mesita que había a la izquierda de la camilla, sobre la que se encontraba una bandeja con esparadrapos, bisturíes, tijeras, jeringas y otros útiles.

Pocos segundos después de que Minerva hubiese analizado su alrededor se abrió la puerta. Una enfermera entró en la habitación: tenía el pelo negro, largo y con flequillo, y parecía asiática por sus rasgos. Cuando se acercó a la camilla, Minerva pudo ver que tenía los ojos verdes, los cuales, de alguna forma, disimulaban sus ojeras y su cara de cansancio atrayendo la atención.

“¡Hola, Minerva! ¿Cómo te encuentras?” La enfermera sonrió y cogió un taburete para sentarse junto a la camilla. Minerva no contestó. Sintió ganas de echarse a llorar de nuevo, pero estaba tan cansada que no pudo. La situación la desesperaba. “Veamos…” La enfermera ojeó los papeles que llevaba en su carpeta. “¿Cuánto hace que conocías a tu novio?”

“Unos… dos años…” Minerva no se esperaba la pregunta, pero contestó de todas formas. ¿Acaso importaba aquello? Ya no cambiaría nada.

“¿Os llevabais bien? ¿Os veíais mucho?” La enfermera continuó con el interrogatorio y comenzó a apuntar las respuestas de Minerva en las hojas.

“Si… Mucho…” Minerva intentó recordar, pero su mente no se lo permitió.

“¿Cómo te sientes acerca de… su muerte…? La enfermera vigiló sus palabras y su tono para sonar más suave. Minerva se dio cuenta.

“Estoy…” Minerva no sintió nada en aquel momento. No supo por qué, pero no estaba triste. De hecho, sintió que iba a volver a tener un ataque de risa.

“¿Y bien…?” La enfermera miró a Minerva de reojo y preparó el bolígrafo. Minerva tragó saliva y frunció el ceño.

“No lo sé…” Lo único que Minerva pudo ver en sus recuerdos fue el cadáver de su novio. Después no supo cómo reaccionar a una serie de imágenes que pasaron fugazmente por su mente.

“Ya veo…” La enfermera apuntó algo y después miró a Minerva con seriedad. “Ahora quiero que me hables de él, de lo que… viste…”

“Era horrible… Tuve miedo… Todavía no puedo creer que me haya librado de él… Fue espantoso… Sus garras, sus dientes, su olor, su…” Minerva describió lo que había vivido, pero la enfermera la detuvo.

“No hace falta que sigas…” Apuntó en sus papeles y después se levantó. Dejó la silla en su sitio y se dispuso a marcharse. “Está claro que eres una víctima… Lo siento mucho…”

“¿Cuánto tiempo voy a estar aquí…?” Minerva preguntó, casi rogando por su vida.

“Eso solo depende de ti…” La enfermera suspiró y después se marchó, dejando a Minerva sola con sus pensamientos.

IV

¿Qué sentía? No lo sabía. Por mucho que se esforzara, no era capaz de recordar nada de su novio, ni siquiera lo mucho que lo había amado. Sabía que así había sido, pero solo mantenía una sensación difusa en su interior, más similar a la angustia que a cualquier otra cosa. Lo había amado, eso lo sabía… Minerva tenía dolor de cabeza y se encontraba fatal desde hacía ya rato. Desde que la enfermera se había marchado, nadie más había ido a visitarla, hasta ese momento…

La luz de la lámpara parpadeó varias veces, hasta que se apagó durante unos minutos. Al quedarse a oscuras, Minerva suspiró; nadie se daría cuenta hasta que fueran a verla. De repente, un olor desagradable empezó a invadir el ambiente, como de carne descompuesta. El olor se hizo cada vez más intenso, hasta que la lámpara volvió a encenderse. Cuando la luz volvió, el olor era tan insoportable que Minerva tuvo que cerrar los ojos y aguantar la respiración. Fue entonces cuando el recuerdo volvió a su mente. Un tintineo metálico y el sonido de una respiración gangosa y pútrida hicieron que un escalofrío recorriera todo su cuerpo. Abrió los ojos de par en par, sintiendo un repentino dolor en la espalda, como si se hubiese quemado con un hierro candente, y se encontró con sus ojos irritados y vidriosos.

Allí, tras el cabecero de la camilla, observándola, vertiendo su caliente y repulsivo aliento sobre ella, se encontraba el engendro. Minerva gritó aterrada y comenzó a forcejear, intentando liberarse de las correas. El asqueroso ser no paraba de mirarla y de aspirar su aroma a carne fresca. Abrió la boca, dejando al descubierto la podredumbre y el óxido de sus encías, y se agitó excitado, haciendo sonar la cadena y el garfio que pendían de su mutilado brazo izquierdo. Mientras tanto, Minerva hizo uso de todas sus fuerzas y de sus deseos por vivir y consiguió liberar su mano izquierda, Con el corazón desbocado y con lágrimas cayendo por su rostro, consiguió desatarse la otra mano. Sintiendo la horrenda mirada del caníbal clavada en su espalda, Minerva se incorporó y alargó sus brazos para desatarse los pies y la cintura. Saltó de la cama y, sin perder ni un instante, cogió las tijeras que había en la bandeja. Al darse la vuelta, el monstruo había desaparecido.

V

Y allí estaba Minerva, muerta de miedo, dispuesta a enfrentarse al ser una vez más. ¿¡Había desaparecido!? ¡No era posible! ¡Estaba allí! ¡Lo había visto! ¡Había ido a por ella! Mientras Minerva intentaba controlarse, la puerta de la habitación se abrió. Dos enfermeros entraron, alertados por los gritos, y se quedaron helados al ver a Minerva con las tijeras en la mano y con expresión desencajada.

“Tranquila… Deja eso…” Los enfermeros tragaron saliva y comenzaron a acercarse a ella con precaución.

“¡No!” Minerva gritó y levantó las tijeras para defenderse.

Antes de que nadie pudiera reaccionar, el caníbal apareció de la nada, saltando sobre los enfermeros, clavándoles el garfio y desgarrándoles con sus garras y tientes mortíferos. Aprovechando la espantosa escena, Minerva salió corriendo, esquivando al ser, y salió al pasillo del hospital. Dio un último vistazo al caníbal, que estaba engullendo los trozos de carne y los huesos que había arrancado de sus víctimas, y después corrió por el pasillo a toda velocidad. No había nadie y todas las puertas estaban cerradas, pues era un manicomio y su objetivo era aislar a los enfermos del mundo real.

“¡Eh, tú! ¡No te muevas!” Dos guardias gritaron desde el otro lado del blanco pasillo y comenzaron a correr hacia ella.

“¡Dejadme en paz!” Minerva corrió lo más rápido que pudo, pero los dos hombres la alcanzaron. Saltaron sobre ella y la inmovilizaron en el suelo. “¡No!” Minerva gritó y forcejeó. Antes de que pudieran atarla con la camisa, el caníbal apareció y desgarró sus cuerpos con sus cuchillas. La sangre salpicó a Minerva, que se levantó a toda prisa resbalando con el rojo fluido.

Mientras el engendro devoraba a los guardias, ella corrió hacia el otro lado del corredor, donde una ventana dejaba pasar los rayos del Sol, el único indicio de vida en aquel muerto lugar. Mientras corría, una puerta se abrió a varios metros delante de ella, en el lado derecho. Era la enfermera de antes. Al ver a Minerva cubierta de sangre y corriendo con las tijeras en la mano, al ver los cadáveres de los guardias, dio un salto hacia atrás entrando de nuevo en la habitación por donde había salido, para después cerrar desde dentro. Minerva corrió por el interminable pasillo y cuando llegó al final saltó precipitándose hacia la ventana. El cristal se rompió y ella cayó al exterior, libre por fin, lejos de todo, apartada de aquella locura. Era su hora de comenzar, LA HORA DE MINERVA…


PARTE III
- El Sueño de Minerva -

Era un sueño, sólo eso… ¡Tenía que serlo! ¡Aquella locura no podía estar sucediendo! ¡No tenía ningún sentido! Minerva intentó convencerse de ello mientras corría, mientras escapaba por las oscuras calles de aquella maldita ciudad. Era de noche una vez más; llevaba huyendo ya varias horas, que a ella le parecieron años: una eternidad solitaria y dolorosa.
Le dolía el corazón, le ardían los ojos y la garganta de tan llorar; su espalda se quejaba, su pierna izquierda no paraba de sangrar y su cabeza palpitaba. Al caer desde la ventana se había arañado el cuerpo con alguna superficie aristosa, se había rasgado la camisa y se había hecho un corte en la espalda; había rodado por algún tejado, y finalmente se había estrellado contra el asfalto, dándose un golpe en la frente y clavándose las tijeras en el muslo.
Entre gritos y lamentos, aun aturdida, se había arrancado las tijeras de la carne, las había lanzado lejos y había salido corriendo sin mirar atrás.

Minerva estaba empapada en sangre y sudor, pero la lluvia cayó sobre ella de nuevo y, una vez más, lavó de su cuerpo los restos de la locura pasada. Sin poder avanzar más, sintiendo que sus fuerzas fallaban, Minerva se adentró en un callejón polvoriento y se sentó en el suelo. Haciendo uso de la poca cordura que aún le quedaba, cogió unos trapos sucios que había tirados en un contenedor de basuras, lo rasgó con impaciencia y se lo ató alrededor del muslo para evitar perder más sangre. Mientras lo hacía, fue consciente de que la herida se le infectaría sin ninguna duda, lo que podría causarle la muerte. Sin embargo, al pensar en ello, se dio cuenta de que morir no le importaba en absoluto.

No supo muy bien lo que estaba ocurriendo, y tampoco el por qué; al instante siguiente, al abrir los ojos, se dio cuenta de que había parado de llover. Por un momento, Minerva pensó que estaba delirando. Sin embargo, se percató de que se había desmayado. ¿Cuándo había sucedido? ¿Cuánto tiempo llevaba ahí tirada? ¿Había sido todo una pesadilla? Unas imágenes extrañas cruzaban su mente sin parar, sentía un hormigueo desagradable por todo el cuerpo y la boca le sabía a bilis y a sangre. Minerva agitó la cabeza y parpadeó para volver a la realidad, intentando librarse de aquellos pensamientos, pero no pudo. Apoyó la cabeza en la húmeda pared y se dejó llevar por aquellas perturbadoras y familiares imágenes.

“Ding-Dong…”

Era el timbre de la casa; había sonado, pero ella no podía ir a abrir la puerta…
Estaba en el suelo, llorando y temblando…

“Ding-Dong…”

El timbre sonó de nuevo y ella levantó la cabeza para mirarle…
Sintió el frío latigazo metálico en la espalda…
Minerva estuvo a punto de gritar, pero él puso la mano sobre su boca para evitarlo…

“Ding-Dong…”

Volvió a sonar el timbre…
Él se levantó y, poco después, ella volvió a sentir el latigazo…

“¿Por qué no vas a ver quién es?”, preguntó él. Mientras hablaba, se escuchó de nuevo el espantoso tintineo. Guardó la cadena y, de repente, la oscuridad desapareció de su rostro.

Cuando la visión acabó, Minerva sintió que su corazón y su respiración estaban acelerados. Tenía los ojos abiertos de par en par, fijos en la nada, y su cuerpo estaba totalmente rígido. ¿Qué había sido eso? Aquella voz… le resultaba familiar, pero no sabía si quería averiguar quién era su dueño.
Mientras intentaba recuperarse de la pesadilla, se levantó con lentitud. Ayudándose de la pared, apoyándose en ella con esfuerzo, consiguió ponerse de pie. Al apoyar la pierna izquierda sintió una punzada que la hizo estremecerse de dolor. Tras intentarlo unas cuantas veces más, Minerva logró mantener el paso y alejarse de allí penosamente.
La estaban buscando; había huido del manicomio, así que debía encontrar un lugar donde esconderse hasta que hallara una forma de arreglar la situación…

II

No supo con certeza cuánto tiempo había pasado, seguramente una hora o más, pero al fin creyó haber encontrado un logar donde descansar y, de paso, donde esconderse del caníbal.
Era un puente que pasaba sobre un río, bajo el que había dos caminos de piedra por donde se podía pasear, uno a cada lado de la orilla. El puente no era muy alto. Tenía forma redondeada y también estaba construido en piedra. Aquel río pasaba por en medio de un parque ajardinado de gran tamaño, el cual Minerva había cruzado hasta llegar a aquel sombrío pasadizo.
Al llegar allí, Minerva dudó, pues hacía frío, el lugar estaba húmedo debido a la presencia del río y estaba poco iluminado; solo el resplandor de las farolas del parque llegaba levemente hasta la penumbra.

Sin pensarlo mucho más, entró y se acercó a una serie de objetos que había allí tirados; eran simple basura, o pertenecían a algún vagabundo. Había un espejo rectangular de unos dos metros de alto, lleno de grietas y arañazos, y había unas cuantas cajas de cartón, un cojín harapiento y restos de ceniza. El olor que llenaba el aire no era muy agradable, pero Minerva no tenía a donde ir; caminó hasta el espejo, como atraída por él, y se sentó en el suelo frente a su transparencia. Miró la odiosa imagen, pero no sintió nada al observar su propio reflejo. Estaba sucia y asqueada, estaba cansada… y todos la tomaban por loca.

“No estoy loca… No puedo estarlo… Lo vi en el hospital…”, intentó convencerse de que no había perdido el juicio, pero cada vez estaba menos segura de la verdad. “Papá…”
Minerva se llevó las manos a la cara y se echó a llorar de nuevo. Se dejó caer al frío suelo y permaneció allí tirada, mirando al sombrío techo del túnel con la mente en blanco. Tras unos interminables minutos de delirio y desesperación, Minerva recapacitó. “Algo extraño está sucediendo…” Se levantó con lentitud y pensó en lo que había ocurrido. “Un caníbal me está persiguiendo… ¿Por qué? ¿Y por qué nadie me cree…?” Recordó que su padre había dicho que el cadáver de […] estaba lleno de balas. “No es posible… ¡Eso no puede ser verdad!” Minerva gritó llena de confusión y dirigió su mirada hacia el río. Permaneció así unos instantes, en silencio, escuchando el rumor de las aguas. “No es verdad…”
Minerva se giró hacia el espejo y se observó atentamente. Algo no estaba bien, lo no taba en su mirada… Esa no era ella, era otra persona, alguien muy diferente… Era una asesina, una loca… Agitó la cabeza y frunció el ceño. Ella no mataría a nadie, y menos a […]. Entonces, ¿por qué dudaba?
“Yo le quería… Le quiero… ¿Verdad?” Minerva se apoyó en el espejo con ambas manos y bajó la cabeza.

Un resplandor iluminó la ciudad y, tras unos instantes, un trueno retumbó en el cielo. Segundos más tarde comenzó a llover. Minerva volvió los ojos hacia el espejo y se horrorizó al ver el reflejo del caníbal en él. Se dio la vuelta con rapidez, con el corazón en la garganta, pero allí no había nadie. Su mente estaba empezando a jugarle malas pasadas…
Un dolor inmenso recorrió su espalda otra vez. Ella cerró los ojos y llevó sus manos hasta el área que le dolía, en la zona media, justo por encima del rasguño que se había hecho con la caída. Volteó la cabeza y se miró en el espejo. La camisa estaba echa trizas y dejaba al descubierto buena parte de su espalda, desde el omoplato izquierdo hasta la cadera derecha. Al principio no se dio cuenta, pero al agudizar la vista no pudo pasar por alto aquello: tenía una cicatriz que recorría toda su espalda casi en esa misma dirección. Al verla, un tintineo resonó por su cabeza, y después <<Ding-Dong…>>, el timbre retumbó por todo el túnel.
Minerva miró en todas direcciones, pero se dio cuenta de que estaba sola. Sus párpados se abrieron de par en par y su cuerpo entero comenzó a temblar intensamente. Tragó saliva e intentó contener las lágrimas. Aquella sensación, aquel desagradable pensamiento… No podía dejarlo así… Minerva sacó los brazos de la camisa, y después la cabeza. Había algo que tenía que comprobar…

III

No era una, sino varias; entrecruzadas como hilos, irregulares, grandes y pequeñas; algunas, ya cicatrizadas, y otras, aún abiertas. Minerva gritó horrorizada y cayó al suelo sin poder sostenerse. Estaba tan conmocionada que ni siquiera sintió el dolor de su pierna cuando cayó sobre ella.

“No… No… No…”, negó con la cabeza, intentando convencerse de que no había visto las cicatrices, pero no pudo.

<<Ding-Dong…>>
El timbre…

“No…”

<<¿Por qué no vas a ver quién es…?>>
El tintineo…

“¡NO” Minerva lo supo en ese instante, supo quién era el monstruo, supo por qué él estaba muerto. Lo recordó todo. Ella no había mentido, pero había parte de la verdad que había desaparecido, que había huido a lo más profundo de su mente. Ella le quería, la pregunta correcta era otra: “¿él me quería a mí?” Minerva rio sin poder evitarlo, consciente de todo lo que había pasado. Cada noche temblaba al recordar, cada día era un infierno para ella, pero lo había ocultado. No sabía por qué lo había hecho, quizás por una ilusión, por intentar conservar lo que había creído tener. ¿Merecía la pena vivir así? En aquellas circunstancias ya nada la importaba.

Una peste inmunda inundó el lugar sin previo aviso. Un tintineo metálico, unas pisadas, una respiración… Había venido a por ella una vez más. ¿Por qué? ¿Qué había hecho ella para merecerlo? Nada. No había hecho nada. Sin embargo, él siempre volvía, como en aquella ocasión.
Minerva se levantó y miró hacia la izquierda. La lluvia caía sin parar. Un rayo. Después un trueno. Minerva miró a la derecha. Un rayo. Un rostro nauseabundo. Un trueno. La respiración, él tintineo. La sombra comenzó a caminar hacia ella con lentitud, trayendo consigo la podredumbre. Un rayo. El engendro abrió la boca y sonrió. Su asquerosa lengua acarició sus labios inexistentes. Un trueno. Minerva sabía lo que venía a continuación, lo que debería haber hecho desde el primer momento, desde la primera vez que la cadena rozó su espalda, la primera vez que derramó lágrimas por su culpa. Un rayo.

El engendro saltó sobre ella, y ella sobre él. Un trueno. Minerva cogió la cadena en el aire y dio un puñetazo al engendro en su horrible rostro enfermo. El monstruo la arañó, como tantas otras veces, y la hizo sangrar. Ella lo agarró de la muñeca con todas sus fuerzas. Miró al río y supo que allí debía encontrar su final. Tiró de él con todas sus fuerzas, forcejeó y saltando al agua llevándose al ser con ella. Ambos se revolvieron mientras se hundían en la oscuridad, pero Minerva no lo soltó. No lo soltaría jamás. Él tenía que morir. Tras una prolongada lucha vino la calma. Ya no le quedaba aire en los pulmones. Minerva abrió los ojos. Él ya había desaparecido, por fin la había dejado en paz. Aquel había sido su único sueño, EL SUEÑO DE MINERVA.


PARTE IV
- Minerva: Un Despertar –

I

Todo estaba en calma, todo era quietud…
¿Era un sueño o era realidad?
El silencio invadía todos los rincones de aquel lugar…
La PESADILLA había terminado y ya estaba en paz…
No sentía tristeza, no sentía odio, no sentía nada…
Ya no había nada que la oprimiera, pues había sido LIBERADA…

Una blancura infinita, un destello…
¿Podía vivir? ¿Otra vez?

“Por favor, solo una vez más…”

El monstruo había muerto, ¿no?
El monstruo… Él…
Ya no volvería a torturarla, NUNCA más…
Nunca más volvería a soñar…

“Quiero salir de aquí…”

Hacía frío, estaba sola… sin nadie más…
¿Habían curado sus heridas? Las cicatrices aún dolían…
Había algo que pitaba, otra vez ese sonido…
Una ventana… Luz… Era el sol…
De repente, una mano acarició su frente…

“Minerva, ¿puedes oírme?”, sonó aquella familiar y agradable voz. “Minerva, cariño…”

Ella bajó la mirada y encontró a su padre…
Estaba sentado a su lado, con lágrimas en los ojos; estaba sonriendo…

“¿Papá…?” Minerva se incorporó, cubierta de mantas y vendajes, y abrazó a su padre con fuerza.

Mientras se abrazaban, las lágrimas cayeron por sus mejillas…
¿Era un sueño o era realidad?
Aquel instante duró una eternidad…

II

Se levantó tras despedirse de su hija…
El comisario se acercó a la puerta, y desde allí la observó…
A pesar de todo, parecía feliz…

“Te quiero…”, dijo ella.

“Y yo a ti…”, contestó él.

Minerva sonrió y él se marchó…
Cerró la puerta despacio y caminó por el pasillo del hospital…
¿Cómo había podido suceder? ¿Por qué no se había dado cuenta?
No había sido un buen padre…

“Debería dejar la policía… Debería cuidar más de ella… Puede que aún no sea demasiado tarde…”

El comisario se alejó de allí con lentitud…
Antes de llegar al final del corredor, le dio un vuelco el corazón…
Se giró de inmediato y lo vio…
Estaba allí, era Él, el caníbal…
¿Era un sueño o era realidad?
Aquel pútrido engendro quería volver a hacer daño a Minerva…
Su nauseabundo hedor era insoportable…

<<Ding-Dong…>>

El caníbal abrió la puerta…
Las cadenas tintinearon y se balancearon…

<<¿Por qué no vas a ver quién es?>>, una voz salida de una garganta llena de pústulas retumbó en sus oídos.

Mientras el ser entraba en la habitación, el comisario corrió hacia allí a toda velocidad…
Al ver al engendro, Minerva gritó horrorizada y saltó de la cama…

<<Ding-Dong…>>

[…] rio mientras se acercaba a ella…
Minerva chilló mientras se cubría el rostro con las manos, incapaz de huir…
Antes de que el monstruo la alcanzara, llegó el comisario…
Saltó sobre él y lo golpeó en aquel rostro descarnado…
Cogió al ser con todas sus fuerzas y lo tiró por la ventana, rompiendo el cristal en mil pedazos…
Mientras caía hacia el vacío, […] gritó sin parar; su voz personificaba al cáncer más horrendo…

“Minerva… A partir de ahora, todo saldrá bien…”

El comisario abrazó a su hija, y no la abandonó jamás…
Después de mucho tiempo, MINERVA PUDO DESPERTAR…


AGRADECIMIENTOS

Tengo que darle las gracias enormemente a cualquiera que lea este libro. La historia de Minerva es bastante especial para mí, así que me alegraría saber que otras personas, a parte de mi o de AndryWho, se interesan por ella.

Sangue Shi, 2021.

COMENTARIOS

El Amanecer de Minerva es una historia que, de alguna manera, podemos llamar de una nueva generación; y al mismo tiempo, paradójicamente, pertenece al pasado. Empecé a escribir el extraño caso de Minerva hace unos cuatro o cinco años, incluso antes (o más o menos a la vez) de inventarme a Akame y de empezar a escribir Akame (Parte 1). En aquel momento, y he de confesar que hasta hace bien poco, no pensé que Minerva acabaría protagonizando un cuento de este estilo. Por aquel entonces, yo era aún demasiado joven como para darme cuenta de la potencialidad de las cosas que escribía. El Amanecer de Minerva empezó siendo una simple historia de una ambigua adolescente, con delirios y doble personalidad, hasta convertirse en algo totalmente distinto. Cuando empezó la pandemia del SARS-Cov-2, hace ya un año, me vi encerrado en mi casa, como todo el mundo, sin nada que hacer; incluso llegué a tener delirios paranoicos esporádicos durante las dos primeras semanas de claustro. Durante ese tiempo, a parte de ocuparme de mis ocupaciones académicas, empecé el proyecto HISTORIAS DE MUERTE, donde incluí la primera parte de Minerva. Sin embargo, pensé que su historia podía dar más de sí, y entonces fue cuando me vino la inspiración. Aun así, no ha sido hasta febrero o marzo de este año cuando he pasado a limpio la tercera parte y escrito la última. Y, tengo que repetírmelo por escrito, me parece increíble que Minerva haya pasado de ser una historia de adolescentes sin ningún fundamento a convertirse en una especie de exposición del maltrato de pareja y de la responsabilidad paternal.
Digo que es de nueva generación porque mi estilo ha cambiado mucho, y porque Minerva será el primero de varios libros que voy a sacar (en algún momento) y que tuvieron su nacimiento en HISTORIAS DE MUERTE o hace cuatro años, como LA TEJEDORA DEL VELO NEGRO, que tiene su segunda parte en LEY SEGUNDA como Minerva, pero que se transformará en una novela más larga.
Todas, o algunas, de estas historias estarán en mi Blog, así como Akame (Parte 1) y otras obras mías.

Sangue Shi, 2021.

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