El Gusano Cósmico

Según la Kabbalah, YHWH hizo Simsum, retrayéndose hacia lo más profundo de su esencia, dejando un limitado espacio para la creación. Después emitió el Kav – el primer rayo de Luz que atraviesa la Nada – para poder moldear el vacío en sí mismo o tejido de la realidad. En esta Nada, YHWH generó a través del Kav, de mayor a menor poder, el Sefirot, el Árbol de la Vida, el árbol de los atributos del alma, el Mundo de Arriba. Cuando las Séfiras – esferas – estuvieron creadas, las inferiores no pudieron resistir tanto poder, tanta Luz, y se rompieron. La Luz de YHWH se vertió en la Nada de forma casi ilimitada y generó, como un oscuro espejo, el Qlifot, el Árbol del Mal, el Árbol de la Muerte, la morada de Lilith y Samael, de Leviatán y de todos los demonios; el Espíritu del Mal encontró refugio. En la Nada, el Qlifot tomó forma, en el tejido de la realidad, generando un mundo cavernoso de túneles oscuros en la esencia misma del Universo: el Infierno, el Sitra-Ahra. 

¿Y qué es sino un lugar cavernoso e infernal en la mismísimas entrañas de YHWH? Tengo mis razones para reafirmar con seguridad lo que aquí voy a desvelar. Sin embargo, creo conveniente comenzar mi relato por el principio: me hallaba, como ya era habitual en mi – puesto que mi desgraciada situación vital había provocado en mí lo que podría llamarse un completo desapego por la vida, una total falta de interés por lo cotidiano -, disponiéndome ha comenzar un ritual meditativo con el simple objetivo de obtener algo de consuelo en lo ultraterreno. 

Pues bien, estaba yo preparándome – colocando las velas, los amuletos, los sigilos y la copa de sacrificio – y procedí a clavar la jeringa en los capilares de mi brazo izquierdo. He de confesar que la heroína se había convertido en mi compañera de viaje desde hacía ya tiempo - ¡y qué viajes! – por las razones que ya he comentado. Me inyecté el dulce fluido tras encender las velas y de dar unas palmadas para abrir el entorno a cualquier visitante que deseara contactar conmigo. 

“Vovin…” Comencé con la palabra indicada por la tradición Draconiana, pues aquella es mi creencia: la sangre, el otro lado… 

Observé las velas, envuelto en oscuridad, tan solo fijando mis ojos en su Luz celestial e infernal a la par. Mi respiración se ralentizó, mi visión se tornó borrosa e indefinida, y mis sentidos se multiplicó por mil. No era mi primera vez y, sin embargo, seguía intentando autoconvencerme de que aquello que sentía era real y no un sueño, no un efecto del calmante, del incienso o de mi estado mental lamentable. 

Sentí un repentino vértigo y perdí el equilibrio; caí al vacío gritando aterrado. ¿¡Qué demonios estaba pasando!? ¿Estaba cayendo realmente? ¿Me estaba precipitando hacia un abismo infinito, gélido y mortal? El viento me rozaba la piel y, a pesar de la absoluta negrura, - pues las velas habían quedado en lo alto del precipicio al que había sido arrojado -, tuve la certeza de que giraba sobre mí mismo mientras caía. Sentía mi pelo moverse sobre mi frente, mis orejas y mis hombros. ¡Estaba cayendo! ¡ESTABA CAYENDO! 

Al percatarme de lo espantoso de mi situación proferí un alarido prolongado y desgarrador mientras me llevaba las manos a la cabeza, perdiendo los estribos y rozando la desesperación más absoluta. “No juegues con fuego”, me advirtieron, “deberías ver a un doctor”, me dijeron, pero yo no hice caso. Rompí con el mundo y con todo lo que allí hay. “¡El mundo es una ilusión!” dije yo, “¡es un espejo mal hecho!” Era cierto, yo lo sabía, el mundo no es más que un molde moldeable por su propio relleno: el Alma Divina. 

Quizá tuvieran razón, en parte, pero yo había visto al Otro Dios. Me había visitado, envuelto en llamas, envuelta en serpientes, envueltos en placer y dolor. Sin embargo, cayendo y enloqueciendo, reflexioné sobre lo que creía saber: ¿y si el Otro Lado también es una ilusión? ¿Y si YHWH es el único que debiera recibir mi atención? ¿Y si aquello no era más que un castigo para aquellos que han osado salirse del camino de la Luz Blanca? 

“¿¡Es esto una ilusión dentro de otra ilusión!?” Grité nuevamente y el eco de mi voz resonó por aquel vacío atroz. Debí dejar de girar sobre mí mismo , pues desde hacía rato veía la vela frente a mí, arriba, menguando a cada instante que yo me alejaba. Mientras me percataba de ello e intentaba calmarme – cosa difícil cuando caes hacia la Nada y hacia tu inevitable muerte – una risa traviesa, como de niña o de mujer joven, resonó por todo aquel túnel inmaterial. La risa se oyó a un lado, a otro, detrás, delante, arriba, abajo; daba vueltas a mi alrededor. 

De algún modo lo supe: eran ellos. ¿Entonces aquello era real? Mi corazón palpitaba con tanta fuerza que creía que me iba a explotar el pecho desde dentro. Mientras sentía las caricias de la Doncella y el Príncipe, un fugaz pensamiento cruzó mi mente. ¿Era un pensamiento o una visión, una premonición? Si había fondo al final de aquel pozo diabólico, mi final inevitable sería morir aplastado contra él. Mis huesos se romperían y se triturarían, mi carne se desfiguraría, mis entrañas y mis líquidos internos salpicarían el vacío y yo dejaría de existir. 

“Si eso es lo que deseas…” La mujer habló con voz lujuriosa y después rio con obvia diversión. Un olor a lilas y un humo ligeramente púrpura y rosado me envolvieron. Todo se volvió humo y yo seguí cayendo, más consciente aún de que verdaderamente descendía a gran velocidad. Grité horrorizado, nuevamente, mientras aspiraba la agradable fragancia. El humo se volvió rojo oscuro, como la sangre, y su olor se tornó ferroso, aunque con un ligero toque a rosas. La risa del Príncipe infernal resonó grave y áspera; después cambió el humo de nuevo, y también la risa. Luego cambió otra vez, y otra, y otra, y otra, y otra, y otra, y otra. 

Así, mareado por las carcajadas de los Reyes del Sitra-Ahra – pues estaba claro que ellos eran –, me precipité en una caída libre que, tal y como había temido, desembocó en mi destrucción corpórea: mi cuerpo se prendió fuego mientras caía y en poco tiempo mi carne y mis huesos se desintegraron. Mientras mi ser se convertía en negras ceniza en un baile de dolor y éxtasis extremos, grité incapaz de soportar todas aquellas emociones inhumanas. Finalmente me detuve en seco, sin sentir ya ningún dolor y ningún placer, sin sentir nada. Mi corazón no latía y mis pulmones no bombeaban aire, pues ya no existían. 

Miré a mi alrededor y a mí mismo, y no pude dar crédito a lo que vi: me encontraba en medio del espacio profundo, rodeado por constelaciones y lejanas estrellas orbitadas por fantásticos mundos desconocidos. Yo ya no pertenecía a este plano que conocemos como Mundo Mortal; me encontraba, sin duda alguna, en el plano astral, en el mundo supraterrenal y espiritual. Sin embargo no me encontraba en el Cielo; no había ángeles ni palacios de Luz y, por supuesto, el Santo - ¡Bendito sea! – no vino a recibirme. Volví a dudar: ¿era mi mente la que producía todo aquello? Había demasiados indicios para pensar que no era así… 

Levanté mis manos fantasmales y miré a través de ellas. ¿Aquella materia que ahora me constituía era mi alma? No tuve mucho tiempo para pensar en ello, ya que algo comenzó a acercarse a mí desde la lejanía: parecía una serpiente o un gusano por su movimiento ondulatorio. Aquella cosa siguió acercándose a mí a gran velocidad, y a cada segundo que pasaba deseé estar muerto. ¡Era una lombriz gigantesca, más grande que mil ballenas y que mil mundos! Su boca circular estaba repleta de dientes del tamaño de edificios, y su oscuro interior era un vacío más oscuro y aterrador que el propio espacio. 

“Bienvenido…” La Madre me susurró al oído poco antes de que aquella criatura aberrante - ¡el Leviatán del detritus! – me tragara como si fuera una simple mota de polvo en medio de su camino. Caí por la garganta de la criatura, golpeándome cada cierto tiempo con las paredes carnosas y nauseabundas de su interior. La peste era insoportable y, a pesar de mi aturdimiento, pude olerla y saborearla con obligado y desagradable detenimiento. 

Las risas volvieron a acompañarme cuando llegué a la luz del túnel. Salí disparado y sobrevolé lo que debía ser el estómago del monstruo. Todo estaba en llamas, el aire era humo y azufre, y multitud de seres demoníacos y malditos merodeaban por aquel espantoso horno infernal como si nada. Grité al verlos, pero no tuvieron tiempo de verme porque me introduje de inmediato en el siguiente túnel, empujado por la inercia que llevaba. Caí rodando y rebotando en la podredumbre y me precipité por el abismo de nuevo. Tiempo después, cuando ya no tenía fuerzas para siquiera pensar, salí de la criatura por su nauseabundo orificio trasero. 

Al abrir los ojos me encontré en mi casa, con las velas apagadas y el incienso consumido. Mi cuerpo estaba cubierto de los residuos intestinales del gusano cósmico. Fue entonces cuando comprendí el significado de la cuestión planteada al principio de mi relato: ¿y qué es sino un lugar cavernoso e infernal en las mismísimas entrañas de YHWH? La respuesta es muy sencilla: el Infierno son los intestinos de DIOS y los Demonios y la Creación Mortal somos sus defecaciones.

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