PIE GRANDE


-Historia no apta para gente sensible, basada en hechos reales-

A Schneider le gustaban las chicas. Pero no sólo eso: a Schneider le encantaban. Las amaba, las adoraba, las quería, las idolatraba… Le gustaban jóvenes, pero no tanto como podría pensarse; él no era un depravado. No, no lo era. A él le gustaban las adolescentes, que por lo menos hubiesen pasado ya la pubertad, y, como tope, que incluso hubiesen llegado ya a la mayoría de edad. A Schneider le gustaba observarlas, escrutar parsimoniosamente sus preciosos cuerpos en pleno desarrollo. A veces las seguía por las calles, pero sin acercarse demasiado para no llamar la atención; él sólo pasaba a la acción cuando era el momento correspondiente. 
No era un maldito violador ni nada por el estilo. Ese era un asunto muy serio, y él no deseaba profanar como un degenerado las intimidades de nadie. Schneider disfrutaba mirándolas. Ni siquiera se atrevía a tocarlas o a rozar sus suaves y cálidas pieles. De hecho, prefería que ellas fuesen las que hiciesen todo el trabajo. Adoraba verlas vestidas de sirvientas, que hiciesen lo que él quería y que no se resistiesen demasiado, porque si no cooperaban… 
Schneider trató de no excitarse demasiado mientras observaba las fotos que tenía pegadas con cinta en la pared delantera de su caravana —justo detrás de la cabina. Recordó todas aquellas maravillosas experiencias, y también sus tristes finales; no podía ser de otra forma. Mientras reflexionaba, sintió un leve cosquilleo en los pies —era algo premonitorio— y miró el reloj, que se encontraba en la misma pared, encima de las fotos: eran las 21:57. Aún quedaba tiempo para… eso… y también para el momento que tanto ansiaba. 
A pesar de que se percató de que la puerta lateral de la caravana se abría varios centímetros con un inquietante chirrido, la mente de Schneider trató de regresar a sus deliciosas reflexiones. Giró la cabeza despacio y miró de reojo hacia la puerta, que se hallaba a su derecha. Allí estaba… Un escalofrío terrible recorrió todo su cuerpo. Por un momento se quedó sin respiración, preso de un miedo visceral indescriptible. Pero en seguida se calmó, porque aún no era la hora. 
Agitó la cabeza y volvió a mirar el reloj —esta vez eran las 21:58—, y entonces se calmó definitivamente. Observó las fotos una vez más, dando rienda suelta a su imaginación. Sí, las sirvientas, eso era lo que le gustaba… Pero había algo que le gustaba aún más… Lo único que deseaba en la vida era que esas jovencitas le acariciasen con esas manos tan delicadas y agradables… No podía vivir sin que le acariciasen los pies… 
Schneider arrastró su silla de oficina sin levantarse, acercándose hasta su escritorio, que quedaba a su izquierda, justo enfrente de la puerta. Mientras lo hacía, empezó a sentir un desagradable picor en los pies, al tiempo que la puerta se abría unos centímetros más. Él ignoró la inminente amenaza mortal —eran las 21:59— y se mentalizó para revisar la conversación que había tenido con Amber, la adorable joven que iba a ayudarle a conseguir su apoteosis. 
Al ver su fondo de escritorio —decorado con la foto de una de sus chiquillas—, no pudo evitar lamentarse por lo duro que era despedirse de ellas. Por suerte, lo tenía todo grabado en video —su trabajo consistía en vender los videos de sus experiencias al mejor postor. Él las llevaba a su caravana —normalmente por la fuerza—, las vestía con aquellos adorables vestidos y dejaba que ellas hicieran el resto. Lo malo era que a veces no cooperaban, y en esas situaciones sólo tenía una opción: matarlas. Era una verdadera lástima; aunque el destino final de todas, en cualquier caso, sería la muerte, al menos podrían pasar un buen rato antes de forma voluntaria. Desgraciadamente, a veces sus muertes tenían que llegar antes de tiempo. A Schneider le gustaba que fuesen obedientes. Pero si no lo eran, él solía perder la paciencia. 
La puerta empezó a abrirse, esta vez sin detenerse, y Schneider se quitó los zapatos y los calcetines a toda velocidad. ¡Aún había tiempo! ¡Tranquilidad! Con el corazón en la garganta y el picor aumentando por momentos, Schneider se acarició ambos pies con la mayor delicadeza posible. Tratando de controlar su respiración, los acarició con esmero. Con absoluta precaución, hizo girar la silla para encararse a la puerta, que estaba abierta de par en par. Fuera, en la oscuridad del bosque, la sombra de su enemigo se ocultaba en la negrura. Sin embargo, él sabía que su némesis estaba allí, observándole, esperando el momento oportuno para entrar… 
—Algún día nos veremos las caras… Pero ese día no será hoy… —Entre gemidos y suspiros de placer, Schneider se dirigió a la criatura. Poco a poco, la puerta se fue cerrando, dejando a la abominación en el exterior. Eran las 22:05 cuando la puerta terminó de cerrarse, y Schneider dejó de acariciarse los pies; estaba reservándose el éxtasis para Amber. Ahora le quedaban una hora y cincuenta y cinco minutos para que la criatura regresase, y Amber llegaría en unos veinticinco minutos. Había tiempo de sobra. 
Tras aquel inevitable y nada particular incidente —pues Schneider tenía que acariciarse los pies necesariamente cada dos horas, para así evitar la llegada de su némesis—, volvió a girarse hacia su ordenador portátil. En el escritorio, custodiando sutilmente los pies de la sirvienta, se encontraban los iconos de las únicas herramientas que necesitaba: la carpeta donde guardaba los videos, el programa que utilizaba para editar y transformar los videos y la aplicación que utilizaba para contactar con sus potenciales clientes. A través de aquella red había conocido a Amber, que le había sorprendido pidiéndole una solicitud de chat; seguramente, la proposición que él había extendido entre los usuarios habría llegado a ella a través de rumores, y eso habría despertado su interés. 
Amber era un misterio. Sólo había visto las fotos que ella subía a su perfil, y sabía cuáles eran su intereses en base a lo que ponía en su biografía, aparte de por lo que ella le había contado. En cualquier caso, parecía que era una experimentada profesional en aquello… Schneider, que había empezado a desvestirse al comprobar que eran las 22:10, abrió la aplicación y el chat, y comenzó a revisar la conversación**: 

—Hola. ¿Por qué quieres que te canibalicen los pies? A lo mejor conozco a alguna interesada… 
—¿Quién es? Dímelo. Ya que no puedo pagar por ello, puedo ponerme lencería para la cena… Quiero llevar lencería femenina en la cena. ¿A quién tienes en mente para que se coma mis pies? —Después de esto, Amber tardó casi un día en contestar al pobre Schneider, que empezó a ponerse de los nervios—. Necesito saberlo. Háblame, por favor. Dime todo lo que necesito saber… Estoy esperando tu respuesta. ¿Estás ahí? 
—Esto es algo muy serio. Será una velada muy importante, así que necesito saber por qué quieres hacerlo. Créeme, yo estoy deseando disfrutar… 
—Entonces, ¿eres tú quién va a comer? 
—Sí, pero sólo si me dices cuáles son tus motivos. 
—Me encantaría que pusieras tus pies en mi cara mientras me comes… 
—¿Así que sólo eres un sádico o un masoquista? ¿Esa es tu única razón para desear que alguien se coma tus pies? ¿No te importa si mueres? 
—Por favor, ¿podría ponerme tu ropa interior mientras comes? 
—Puedes hacer lo que quieras. Pero la velada debe ser más que eso. Yo también tengo mis deseos, y espero que los cumplas… Pero primero dime tus razones. Si mueres, ¿qué crees que te pasará después? 
—No estoy seguro… 
—Pero deberías saberlo… 
—Supongo que estaré finalmente en paz, solo con mis chicas… 
—Esto no es una broma. La muerte lo es todo, y yo tendré tu vida si eso es lo que quieres… Si no lo comprendes, nunca podrás estar en paz. 
—De acuerdo. Te lo diré. Deseo alcanzar el éxtasis supremo al sentir el dolor de mis pies al ser amputados y mutilados… Mientras tanto, pensaré en mis chicas… y será delicioso. 
—Muy bien. Yo también puedo ser una de tus chicas. 
—Eso me encantaría… 
—Pero esta vez, tú serás el que obedezca. Vas a conseguir una mesa con grilletes. Esa será la mesa de la cena… Te pondrás mi ropa interior y yo me vestiré de sirvienta, como sé que te gusta… Y me comeré tus pies… 
—Sí, por favor, mi reina. Sé donde conseguir la mesa. ¿Puedo grabarlo? 
—Grábalo, si es lo que deseas. 
—¿Cuándo podrías hacerlo? Lo necesito… 
—Dentro de dos días, antes de medianoche. ¿Dónde vives? 
—Vivo en las afueras, en una caravana. Te mandaré un enlace. [La dirección del enlace ya no se puede mostrar. Error 666 not found]
—Perfecto, Schneider. Espero que estés preparado cuando llegue. ¿A las 22:30 te parece bien? 
—Sí. ¿Puedo preguntarte algo? 
—Dime. 
—En tu perfil dices que te gusta el sadismo, y que además ya te has comido a varias personas. ¿Cómo es que una chica de 19 años sabe tanto? —Después de aquello, Amber no volvió a contestar. Schneider pasó los siguientes dos días preguntándose quién era aquella amable chica que iba a ayudarle a cumplir sus sueños. Ahora, mientras revisaba la conversación, sintió que sería capaz de enamorarse de ella. 

Schneider miró el reloj, comprobando que eran las 22:20, y se levantó lleno de emoción y de excitación. Cogió su ropa y la lanzó a un rincón, bajo la vigilancia de las fotos de las decenas de chicas que había estrangulado. Pasó sus frías y sudorosas manos por su calva cabeza, revisando si estaba lo suficientemente suave —Schneider era un obseso de la higiene y depilaba todo su cuerpo todos los días—, y después se giró hacia la puerta. A la izquierda de la misma se encontraba el trípode con la cámara de video, ya preparada, y él se acercó hasta ella para encenderla. Cuando la pantalla se iluminó, comprobó que el encuadre fuese de su gusto e inició la grabación; no quería olvidar nada de lo que pasase aquella noche. 
Rodeó el trípode con cuidado de no rozarlo y se acercó a la mesa, que se hallaba en el centro de la habitación —más allá de su escritorio— y ocupaba casi todo el interior de la pequeña caravana. Era de metal, tenía unos grilletes para las manos y otros para los pies, y además tenía tres cintas de cuero para sujetar el resto del cuerpo. Schneider suspiró, impaciente por tumbarse. 
Eran las 22:27 cuando llamaron a la puerta. Cuatro golpes de nudillo sobre la chapa le devolvieron al mundo real. Lleno de nervios y de emoción, se acercó a la puerta y cogió aire antes de abrir. Giró el manillar y abrió una rendija para comprobar si era su invitada especial. Al verla, Schneider se sobrecogió por su perfección. Amber mediría alrededor de 1,70, tenía el cuerpo bien dotado y el pelo rojo y largo. Ya venía preparada, vestida con un uniforme de sirvienta de cafetería de color negro, un antifaz negro que tapaba la mitad superior de su rostro —como en todas las fotos de su perfil— y unas botas altas de tacón de aguja, también negras. En la mano derecha sujetaba un maletín oscuro. 
Schneider abrió la puerta por completo y la dejó pasar. Ella hizo una mueca de sonrisa con sus labios pintados de rojo y subió al vehículo en silencio. Al pasar junto a él, los ojos rojos y brillantes de Amber se cruzaron con los de Schneider, y él no pudo evitar tener un agradable cosquilleo en los pies. Cuando la invitada ya estuvo dentro, Schneider cerró la puerta. Se giró hacia ella y aguardó sus designios. Amber observó con brevedad las fotos de la pared, el trípode y el escritorio, y después dirigió su mirada hacia la mesa, altamente complacida. 
—Bueno, Schneider… —dijo ella, con una voz profunda y excitante, y agarró a Schneider del cuello con la mano izquierda—, túmbate de una vez… —Amber clavó sus uñas largas y negras en el cuello de su anfitrión y después le empujó sobre la mesa. 
—Sí… —Schneider se tumbó y dejó que Amber hiciera el resto. Ella se quitó las botas, dejando sus pies al descubierto. Se bajó las bragas, que eran negras con bordados, y se las puso a Schneider, que casi no podía ni respirar por la agitación. Un hormigueo nació en su estómago mientras sentía las manos de Amber acariciando su cuerpo mientras le ponía los grilletes y las correas. 
—¿Estás preparado para… el placer? —Amber volvió a mirar a los ojos a Schneider y le dio un tortazo tan fuerte que hizo que se le saltaran las lágrimas. 
—¡Sí! ¡Cómeme, por favor! —Schneider exclamó, eufórico, y sintió que sus pies temblaban por la impaciencia. 
—¿Eso es lo que quieres? —Amber dejó el maletín sobre el tembloroso cuerpo de Schneider. Después levantó el pie izquierdo y pisó el cuello de Schneider, que casi se desmayó al sentir su roce. Ella abrió el maletín, sacando de su interior un par de correas—. Esto es para que no te desangres… —Mientras le ponía las correas a Schneider por encima de los tobillos, cortándole la circulación, Amber siguió apretándole el cuello con el pie. Cuando terminó con las correas, sacó del maletín una jeringuilla y un serrucho. Dejó el maletín en el suelo y bajó el pie—. Esto es adrenalina, para que no te duermas y puedas sentirlo todo… —Amber le enseñó la jeringuilla a Schneider y saltó sobre él inmediatamente, sentándose sobre su estómago y dándole la espalda. Le clavó la jeringuilla repentinamente en el muslo derecho y le inyectó la adrenalina. 
Schneider sintió que la adrenalina inundaba todo su cuerpo y que su corazón latía con una velocidad y una fuerza sobrehumanas. Su respiración se aceleró y sus sentidos se agudizaron, y pudo percibir todo con más intensidad que nunca. Amber se inclinó hacia sus pies y se estiró, tumbándose sobre su cuerpo. Mientras acariciaba los pies de Schneider, esperando que la adrenalina hiciera efecto al completo, Amber acarició y golpeó la cara de su preso con sus propios pies. En este punto, Schneider ya estaba al borde del éxtasis, pero no se imaginaba lo que le esperaba. 
Sin previo aviso, Amber cogió el serrucho y lo clavó de un golpe seco en el pie derecho de Schneider, un poco por debajo del tobillo. Schneider gritó de dolor mientras la sangre empezaba a salir a borbotones de la herida. Amber le golpeó en la cara con sus pies y empezó a cortar. Schneider gritó sin parar —no supo muy bien si de dolor o de placer— hasta que se quedó casi sin voz. Amber siguió cortando carne y tendones hasta llegar al hueso, y no paró hasta que este se partió. El muñón astillado y mutilado de Schneider sangraba sin parar, pero gracias a la correa, poco a poco el sangrado fue deteniéndose. 
Amber bajó al suelo con el pie de Schneider entre las manos y con una sonrisa que el delirante mutilado no pudo comprender. Él ya había dejado de sentir dolor. Todo su cuerpo estaba cubierto de sudor y no paraba de tener desagradables espasmos. Miró a Amber, que había empezado a arrancar trozos de su pie a mordiscos, y pensó que iba a vomitar. Amber no dejó de mirarle a los ojos mientras masticaba, manchándose toda la cara de sangre fresca. Caminó hasta el otro lado de la mesa, donde se encontraban el muñón y el otro pie de Schneider, y siguió comiendo mientras acariciaba este último, que estaba empezando a ponerse azul por la falta de irrigación. Schneider levantó la cabeza y al ver a Amber, creyó que sus ojos se habían vuelto más rojos y más brillantes. De hecho, le pereció que la luz de la habitación se estaba apagando poco a poco. No tuvo mucho tiempo para reflexionar —ni tenía la capacidad suficiente como para hacerlo—, pero al menos pudo recordar a sus chicas antes de que Amber empezara a cortarle el otro pie. Eran las 23:30 cuando, a pesar de la inyección de adrenalina, Schneider se desmayó. 
—Adiós… Salúdalas de mi parte cuando llegues al Infierno… —Estas fueron las últimas palabras de Amber que Schneider pudo escuchar. 

Al abrir los ojos, Schneider se percató de que la caravana se había quedado completamente a oscuras. Sin embargo, por algún misterio que el desconocía, sus muñones estaban iluminados —era como si un foco invisible proyectara un haz blanquecino sobre ellos. Otro haz de luz estaba proyectado sobre la pared, sobre el reloj y las fotos. Hacía frío y un olor acre y algo dulzón invadía el ambiente, lo cual no ayudó demasiado a que Schneider reprimiera sus ganas de vomitar. Giró la cabeza hacia la derecha y un chorro de bilis y trozos de comida medio digerida salió disparado de su garganta; debido a la posición en la que se encontraba, estuvo a punto de ahogarse, pero entre dolorosas toses consiguió expulsar los restos desviados por la nariz. Mientras tanto, la puerta empezó a abrirse con lentitud, pero sin detenerse. Lleno de terror y confusión, Schneider miró hacia el reloj, y el miedo le invadió cuando vio que eran las 00:01. ¡Habían pasado dos horas y tenía que acariciarse los pies! Pero… ¡ya no tenía pies! 
—Schneider… —Una voz gutural venida del mismísimo averno resonó por la habitación. La puerta se abrió de golpe, y no mucho después una gran sombra comenzó a trepar por la escalera de entrada—. Schneider… ¿Te gustan los pies? —Mientras la criatura se acercaba espasmódicamente a Schneider, la habitación empezó a parpadear con una luz roja, cuyo origen era de todo menos terrenal. Unas trompetas, que bien pudieron ser las de Gabriel en el Juicio, acompañaron a la apoteósica visión. Némesis se elevó por el aire y se acercó a Schneider, flotando como un diabólico espectro­—. Schneider… ¿Te gustan las jovencitas? —La verdadera forma de la criatura se reveló a la luz de aquel Infierno, y Schneider sólo pudo gritar de terror. 
El perturbado trató de librarse de sus ataduras, pero le fue completamente imposible. El pie infernal, que tendría más de tres metros de longitud y casi dos metros de ancho, cayó sobre Schneider, pisándole una y otra vez. Con cada pisotón, los huesos de Schneider se rompían y se aplastaban. El enfermo gritó hasta que ya no le quedó más aliento, hasta que su pecho se hundió y su cráneo se rompió en mil pedazos, esparciendo sus sesos por el suelo de la caravana. Tras aquello, el pie se fue por donde había venido y nunca más se supo de él. Los rumores dicen que los retazos de la mente de Schneider —que quedaban en sus neuronas espachurradas o a saber dónde—, le permitieron recordar a sus chicas una última vez antes de desaparecer —su completa destrucción, no sobra decirlo, fue algo que benefició a toda la humanidad, y sobre todo a las chicas que aún viven en este mundo, que no tienen la culpa de tener pies. 




**[El diálogo entre Schneider y Amber está basado en un diálogo real que tuve con un demente por Instagram, utilizando una de mis cuentas falsas para investigaciones turbias. El resto de la historia y el título de la misma están inspirados en ciertos acontecimientos relativos a una serie de Nickelodeon].

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